lunes, 1 de noviembre de 2010

¡Ser guatireño no es nada fácil!

Finalmente había llegado ese día que tanto María había anhelado ¿O temido? Su primer día de universidad. La perspectiva de nuevos amigos, nuevos retos, nuevos tropiezos, no la asustaba. Pero era tal la fama de las colas para subir a Caracas que los nervios la dominaban.

Toda su vida había habitado en una zona montañosa de la ciudad dormitorio Guatire. Un lugar apartado del bullicio y las colas, aunque no de la inseguridad que es constate en Venezuela. Le gustaba imaginarse a su urbanización guatireña como una especie de “refugio”, donde protegida por el dominante sistema montañoso del Ávila y rodeada por el río, la tranquilidad se percibía en el aire.

Estudió preescolar, primaria y bachillerato en la misma escuela. Esa que siempre queda a una cuadra de su casa. Muchas veces medía el tiempo que tardaba en llegar a clase y su mayor record fue de dos minutos y medio. Pensar que en los próximos cinco años estudiaría en una Universidad a 30Km de distancia, no era algo fácil.

Todo el mundo la bombardeaba de consejos un poco exagerados: “Guardas el BlackBerry, los motorizados te lo arrancan de la mano”, “Sales a las 4:30 de la mañana, sino mejor ni subas”, “Lleva en la cartera de todo, nunca sabes cuánto tiempo puedes estar en cola”. “Pero ¿No voy simplemente a la Universidad?” Preguntaba asustada.

Esa mañana, bueno madrugada, abrió los ojos a las 4:40am. Tenía veinte minutos para arreglarse y subir en el carro con su papá. Realmente no entendía porque había que salir tan temprano. Tenía clases a las 7:30 ¿Acaso vamos a tardar casi tres horas subiendo a Caracas? Generalmente gastaba 40 min a lo mucho.

En su cartera gigante llevaba el cuaderno, cartuchera, maquillaje, pote de agua, el bolsito con pastillas y toallas sanitarias, galletas, almuerzo, libro para la cola, ipod para la cola, incluso el BlackBerry (si lo sacaba a escondidas) podía servir de distracción para la cola. Al revisar todo su inventario entendía porque pesaba tanto el bolso rosado.

Al salir de la casa a las 5am todavía no entendía que hacía madrugando en la calle. El sueño la embriagaba y el ver las estrellas brillar en contraste con el cielo negro junto a la tranquilidad de todas esas personas que podían dormir mínimo una hora más, no le daba ánimos. Pero bueno, así comienza la vida de “grandes”.

Al pasar por la calle principal de la urbanización comenzó a ver uno que otro carro, como máximo una decena. Al menos no era la única que realizaba este tipo de “sacrificio”. En la parada había al menos 30 personas esperando la camionetica, que no daba señales de aparecer. Pero algo extraño había en aquellos ciudadanos, incluso su papá y ella misma estaban como en automático. Una especie de zombis, despiertos pero no conscientes realmente de lo que estamos haciendo. El sueño nos no deja pensar con claridad.

En la avenida intercomunal Guarenas Guatire comienza el asombro ¿Tantos carros suben a Caracas? Pero nada de lo que le habían dicho podría haberla preparado para lo que vería en la pista norte. Luego de la curva cercana al puestico donde en el día venden aceite de motor, apareció el gran río rojo.

Nunca se hubiera imaginado un espectáculo como ese a tan tempranas horas de la mañana. Las luces traseras de los autos se compactaban unos con otros, brindando la imagen de un gran torrente escarlata que viajaba por un cauce de asfalto. Realmente ¿De dónde salen tantos carros?

Pudo apreciar mejor la complejidad de este fenómeno, ya que al pasar frente a la Villa del Cine su padre tuvo que reducir la velocidad a 50Km/h. Una procesión que parecía interminable, donde carros, autobuses e incluso camiones de carga pesada (¿No deberían tener un horario restringido?) formaban parte de ella.

“Ahora sí comienza lo bueno” le dice su papá casi entrando a la Gran Mariscal de Ayacucho. Esta es una zona temida, donde de tres canales legales (o cuatro si contamos el famoso hombrillo) pasamos a tener siete. Aunque suene increíble, siete canales de tráfico. María sorprendida observa como todos los carros están a punto de chocar con el otro. Sin ceder el paso, sin mantener un espacio con el vehículo del frente, todo es una constante pelea por llegar primero ¿Acaso hay un premio al final de la autopista?

Superando la primera PDV el embudo se acaba y permite aumentar la velocidad. Pero la voz de una locutora llamada Carla Lopez en su programa Bien Tempranito le quita las esperanzas que había recuperado. “Nuestro amigo Raga nos informa que la cola vuelve a formarse llegando a Mampote, entre 5 y 10Kkm/h. Recuerden que pueden comunicarse con nosotros al 3621059, 04142251059 o a la mensajería de texto 10599.” Y pensar que esa voz la acompañaría prácticamente todas las madrugadas de su carrera universitaria.

Dicho y hecho al pasar frente al estadio de béisbol de Mampote estábamos prácticamente estacionados. María comienza a observar a los demás conductores. Al lado iba la típica joven haciendo malabares para manejar, colocarse la base, el polvo contacto, el rubor y al rímel. Todo con una mano en el volante. A pocos carros de distancia el chofer de una Encava desayunaba un arepa rellena de carne mechada. No se imaginaba como quedaría luego el asiento. Pero el premio se lo llevó su padre, que al aburrirse de la cola sacó su libro de José Saramago y comenzó una lectura profunda mientras predecía cuándo había que acelerar el carro.

Si alguien no entendía la razón de tantos choques he aquí una solución viable al respecto. El tráfico lento continuaba hasta la segunda PDV, gracias al Canal de Contraflujo que abrió el Gobierno de Miranda hace casi un año. En el mismo sólo pueden circular transportes colectivos, pero lo bueno es que ahí en adelante la cola disminuye notablemente.

En todo el camino María se sorprende por la cantidad de Come Hombrillo (o Cocosecos como le corrige su papá). “Esa es la razón de la cola ¡Son ellos los que realizan el embudo! Si manejaran por los tres canales normales podría levantarme a las 6am”. Le comenta a su padre indignada. Pero él sólo realiza un gesto de afirmación, porque ya perdió la fe en que algún día se respeten las leyes de tránsito en su país.

Ya al llegar al túnel el sol ya ha mostrado su cara entre las montañas. La cola se ha dejado atrás y parece un paraíso la vía desde el distribuidor metropolitano hasta Boleita. A las 6:10 de la mañana entra a la universidad. Apenas está llegando el personal obrero a las instalaciones. Se sienta en una mesa para esperar que pase el tiempo mientras piensa en su aventura de subir a la ciudad capitalina.

El primer día es sorprendente, excitante e incluso divertido. Pero lo que no sabe es que el mínimo accidentado anexa 30 min más de cola. Un choque múltiple hace que llegues a las 9 de la mañana a tu destino. Las protestas cierran la autopista y ya no puedes devolverte a tu casa porque te quedas trancado en el tráfico. Todo esto ocurre cuando no se han hecho modificaciones a una autopista creada en 1976 para 60.000 carros. Treinta y cuatro años después, más de 300.000 vehículos se enfrentan día a día con las consecuencias.

Es que definitivamente ¡Ser guatireño no es nada fácil!